jueves, 8 de marzo de 2018

Fusiles anticarro. El Boys




Como ya vimos en una entrada anterior, durante la Gran Guerra los tedescos crearon un nuevo tipo de arma destinada a proporcionar a la infantería medios anticarro a nivel individual. Lógicamente, los british (Dios maldiga a Nelson) tomaron buena nota de la idea porque era bastante buena. Gracias a sus Mauser T-Gewehr, sus belicosos enemigos no tenían que esperar la llegada de artillería para freír los carros de combate británicos o gabachos, obteniendo unos resultados bastante decentes. La tarea de dar forma a un arma similar dentro del ejército del gracioso de su majestad la tomó inicialmente un probo, aristocrático y polifacético militar, el mayor Philip Thomas Godsal (1850-1925), proveniente de una familia con una larga tradición militar que, por aquellos tiempos, ya era un señor mayorcito de sesenta y tantos años que dedicaba su tiempo a escribir libros de historia y tal, pero que anteriormente había sido un destacado tirador de precisión e incluso había diseñado algunas armas largas basándose en su incuestionable experiencia. 

En el caso que nos ocupa llevó a cabo un proyecto patrocinado por el ejército basado en un fusil anticarro según el concepto tedesco que disparaba una munición derivada de los descomunales cartuchos usados en la caza africana, concretamente para abatir elefantes. El cartucho en cuestión era un calibre .600/.500" que, siguiendo el absurdo y liante sistema anglo-sajón, quería decir que usaba una vaina de un .600 Nitro con una bala de calibre .500, es decir, 12'7 mm. Para los que no estén al tanto de estos apaños, sepan que desde el último cuarto del siglo XIX ya se empezó a recurrir a vainas que, previamente abotelladas, recibían munición de calibres inferiores con la finalidad de disponer de una carga de proyección mayor sin llegar a crear picos de presión inadmisibles. Es decir, poner una bala en una vaina más gorda en la que cupiese una carga de pólvora mayor. ¿Que con qué sentido se hacía esto? Simplemente para obtener velocidades que serían imposibles en caso de usar una vaina recta, o sea, del calibre real de la bala. El 30-06 o el 7'62×51 OTAN que todos conocemos son precisamente eso, vainas abotelladas para alojar una bala de un calibre inferior. Para que se hagan una idea, esa cosa enorme que vemos en la foto superior es un cartucho .600 Nitro Express comparado con un 5'56×45 OTAN, y puede parar en seco a un elefante cabreado de 5 toneladas. Bueno, pues el cartucho diseñado para este fusil consistía en una vaina similar que, tras ser abotellada, montaba una bala de calibre de 12,7 mm.

El arma de Godsal podemos verla a la derecha. Era un fusil de cerrojo monotiro provisto de un freno de boca para aminorar el descomunal retroceso que produciría la munición que disparaba, pero no hay apenas información sobre sus entresijos porque lo que vemos en la foto, el prototipo, es el único que existe ya que no pasó de ahí a pesar de haber sido aceptado por el ejército. El motivo de no haber entrado en producción fue bastante simple: la escasez de carros de combate alemanes hizo que no fuese necesario recurrir a fusiles anticarro para destruir los pocos A7V que entraron en combate más los escasos ejemplares de males y females que lograron arrebatar a los british. En resumen, el fusil del mayor Godsal fue enviado al baúl de los recuerdos.

A principios de los años 30 se retomó la idea del fusil anticarro. Las añejas ofensas aún escocían y cabía la posibilidad de que lo que se terminó en 1918 se retomara en cualquier momento. Por otro lado, lo que estaba claro era que el carro de combate se había convertido en un arma omnipresente, si bien en aquella época aún bajo el concepto táctico de apoyo a la infantería con que fue desplegado en el Frente Occidental. Por ello, no era nada recomendable dormirse en los laureles, y la ocurrencia tedesca de distribuir armas anticarro ligeras entre las unidades de infantería había sido bastante acertada, así que se pusieron manos a la obra. En 1934, el Small Arms Committee dirigido por el capitán Boys, en aquel momento Superintendente Adjunto de Diseño de la Royal Small Arms Factory radicada en Enfield, comenzó el proyecto de un nuevo fusil anticarro más avanzado y racional que el diseñado por Godsal casi 20 años atrás. El prototipo estuvo concluido en 1936 y, tras las pruebas pertinentes y demás historias fue oficialmente declarado como arma reglamentaria el 27 de noviembre de 1937, en un momento en que el ciudadano Adolf estaba dando a la nueva Wehrmacht un enorme salto cualitativo y cuantitativo. En resumen, el arma obtenida la vemos en la foto inferior...


Fusil anticarro Boys Mk I

Durante el proceso de diseño, el arma había recibido el nombre en clave de Stanchion (Apoyo), pero el deceso aquel mismo mes de noviembre del capitán Boys, que durante todo el tiempo que duró la gestación de ese chisme estuvo al frente del Small Arms Committee, hizo que sus colegas lo bautizaran con su nombre. Así surgió el Boys Anti-Tank Rifle, el fusil anticarro Boys. Al igual que ocurrió con el Mauser T-Gewehr, todo en esta arma estaba hiperdimensionado como salta a la vista. 


Básicamente se trataba de un fusil de repetición por cerrojo alimentado por un cargador monohilera con capacidad para cinco cartuchos inspirado en el mismo sistema del fusil ametrallador Bren, es decir, de carga superior. El cañón, de 91 cm. de largo, estaba calibrado para disparar un cartucho de .55" (13'9×99) basado en el de calibre .50 de la ametralladora Browning M2 y que, como está mandado, fue denominado como .55 Boys. Esta munición, manufacturada por la firma Kynoch, fue probada en diciembre de 1936 bajo la denominación de S.A. Armor Piercing .55" Mk I. Como podemos ver en la foto de la derecha, la vaina de este cartucho era la misma que la usada por la Browning, pero con el culote reforzado con un zuncho, recurso habitual en la cartuchería denominada como magnum para resistir las altas presiones que desarrollan. 


Vista en sección de un cartucho .55 Boys en la que se aprecia el núcleo de
acero, que por cierto tenía una fina envuelta de plomo para ganar peso, y
la carga de cordita, que son esos fideos anaranjados
Disparaba una bala con núcleo de acero endurecido de 946 grains a una velocidad de 760 m/seg. con la que se lograba perforar una coraza de 16 mm. de espesor a 100 yardas (91 metros), lo que suponían unas prestaciones bastante pobretonas ya que eran incluso inferiores a las del T-Gewehr tedesco, y los carros de aquella época ya estaban fabricados con corazas más gruesas. Así pues, en diciembre de 1939 lo mandaron a hacer gárgaras por otro más poderoso, el Mk II que, aunque su apariencia externa era la misma, ofrecía mejor rendimiento gracias a su mayor carga de proyección, que le permitía alcanzar los 884 m/seg. Esto se traducía en más capacidad de perforación: 23 mm. a 100 yardas, 21 mm. a 300 y 19 mm. a 500. No obstante, en 1942 esta munición se quedó totalmente obsoleta, por lo que se desarrolló un nuevo modelo con bala de aluminio o baquelita con núcleo de tungsteno y con un peso de 741 grains que alcanzaba los 944 m/seg., pero ni siquiera llegó a ser reglamentaria porque estaba claro que la época de los fusiles anticarro contra los blindados tedescos había pasado a la historia, por lo que siguieron usando la Mk II contra semi-orugas y vehículos de reconocimiento tedescos, V.gr. Puma, Sd.Kfz. 222, etc., o los vehículos blindados ligeros como los CV33 italianos, dejando la lucha contracarro confiada al PIAT que entrarían en servicio en 1943.


Lógicamente, la munición empleada producía un retroceso bestial a pesar de que el arma disponía de un sistema anti-retroceso alojado delante de la culata, así como un freno de boca. No obstante, si el apoyo contra el hombro a la hora de disparar no era el adecuado las dislocaciones y las fracturas de clavícula estaban a la orden del día, por lo que se desarrolló un sistema para efectuar las prácticas sin que media compañía se tuviera que dar de baja al cabo de una hora. Como vemos en el gráfico de la derecha, consistía en un fusil Enfield recamarado para disparar un cartucho de calibre .22 que se sujetaba de forma coaxial al Boys mediante dos abrazaderas, mientras que una varilla conectaba el gatillo del Enfield con el del Boys. 


Sin embargo, este sistema era un tanto engorroso así que se diseñó un adaptador con la forma de la recámara del arma y que se introducía en la misma, bastando cargarlo con un cartucho del .22 y disparar como si se tratase del original. Al ser el .22 de fuego anular se colocaba tras el mismo un pequeño percutor que, al ser golpeado por el del Boys, producía el disparo. Para extraer las vainas servidas se recurría a una simple baqueta empujando desde la boca del ánima. Este reductor lo fabricó la Parker-Hale, una firma con una larguísima tradición armera. En Canadá fabricó un artilugio similar la Cooey Machine & Arms Co., llegando a producir nada menos que 77.000 unidades que fueron denominadas como "Conversor Cooey", el cual podemos ver en la foto de la derecha. Bueno, esto es lo más reseñable a nivel de munición. Veamos a continuación algunos de los entresijos del arma...


Como avanzamos al inicio de la entrada, el Boys era un chisme bastante pesado que alcanzaba los 16 kilos, a los que habría que sumarle 1,1 kilos más del peso del cargador y los cinco cartuchos que alojaba. Para ayudar a hacer puntería estaba provisto de un soporte regulable en altura en forma de T invertida con dos ángulos en cada extremo para ayudar a fijarlo al suelo. Pero eso en modo alguno aminoraba el tremendo retroceso capaz de dejarle a uno la osamenta del hombro convertida en piedra pómez pulverizada. Para mitigarlo disponía de cuatro elementos, a saber: en primer lugar una gruesa cantonera de goma en la culata que, en teoría, amortiguaría algo la coz que daba el fusil al disparar, cosa que según sus usuarios era una mera utopía. Esta cantonera se complementaba con una carrillera de madera en la que el tirador apoyaba la jeta firmemente para impedir que tras el disparo las muelas le bailasen en las encías. Después tenemos un muelle helicoidal que iba dentro de una carcasa cilíndrica, como si fuera el amortiguador de un coche, contra el que golpeaba el conjunto de cierre más cañón deslizante y, por último, un freno de boca circular con tres cámaras de expansión. En el gráfico de la derecha podemos ver en la parte superior el amortiguador antes del disparo, y en la inferior durante el retroceso. Se aprecia la compresión ejercida por el desplazamiento hacia atrás del cierre y el cañón.


En cuanto al freno de boca, a la derecha podemos ver su aspecto así como su funcionamiento. En el Mk I constaba de una bocacha cónica rematada por dos discos que formaban tres cámaras de expansión, una orientada hacia arriba y las otras dos hacia los laterales con una inclinación de unos 45º. En la figura A se puede apreciar que el disco externo estaba atornillado al que iba pegado al cono con el fin de poder desmontarlo para su limpieza o sustitución. En la figura B tenemos una vista en sección que nos muestra los canales que desvían los gases hacia las cámaras de expansión, y en la C cómo dichos gases salen despedidos por las mismas mientras que la bala abandona el ánima seguida de una porción de gas residual. El funcionamiento de este dispositivo es más básico que el cerebro de un cuñado ahíto de güiski de garrafón: los gases producidos por la deflagración de la pólvora golpean los deflectores de las cámaras de expansión, empujando el arma hacia adelante y, con ello, disminuyendo el retroceso. Muchas piezas de artillería que vuecedes habrán visto tropocientas veces están provistas con este accesorio. Sin embargo, este diseño en concreto tenía un fallo garrafal, y es que los gases expulsados por las cámara de expansión laterales producían una polvareda notable, delatando con ello la presencia de un fusil anticarro que, obviamente, se convertía en blanco preferente de los enemigos y que obligaba a sus servidores a salir echando leches en busca de otro sitio donde ocultarse. 


Los elementos de puntería estaban desplazados hacia el costado izquierdo del arma ya que la parte superior estaba ocupada por su enorme cargador. En la figura A vemos el típico punto de mira de poste con su cubrepunto. Este accesorio tenía dos finalidades: una, proteger el punto de golpes que lo doblaran y, por ello, lo inutilizasen. Y la otra, impedir que se produjeran reflejos y reverberaciones que podrían afectar a la puntería, sobre todo a las horas en que el sol caía de lleno o en condiciones de luz intensa, como por ejemplo el desierto libio, Sicilia y demás sitios donde el clima solo invita a la autilisis. El alza era un simple dióptero regulado a 300 y 500 yardas. En la figura B lo vemos en la posición de 500 yardas. En la C en la de 300. Para cambiarlo bastaba girar la palanca y, como vemos en ambas figuras, lo único que hacía era elevar el dióptero un par de milímetros. 

En caso de que el objetivo estuviera a una distancia inferior tampoco era preciso hacer correcciones muy afinadas elevando o bajando el punto de impacto ya que el margen de error en un objetivo tan grande como un carro de combate tampoco requería una precisión escalofriante salvo que el tirador quisiera dar envidia al personal y colar la bala por una mirilla de observación. Sin embargo, en el modelo siguiente, el Mk I* fabricado en Canadá, el dióptero carecía de posibilidad de regulación y venía graduado a 300 yardas ya que quedó claro que intentar hacer algo más allá de los 100 ó 150 metros era una pérdida de tiempo a la vista de que a partir de los PzKpfw. III estos chismes no servían de nada y, como ya podemos suponer, los vehículos ligeros que eran sus únicos objetivos viables a aquellas alturas de la guerra no se quedaban en babia esperando a que los frieran a tiros. Antes al contrario, cuando detectaban la presencia de un fusil anticarro volcaban sobre ellos toda su potencia de fuego que, por lo general, bastaba para poner en fuga a sus servidores. 


No obstante, en el frente de África se les encontró una nueva aplicación usándolo como arma anti-persona de largo alcance, una especie de ancestro de los actuales fusiles de francotirador de gran calibre como el Barrett. Los british se percataron de que la enorme potencia de la munición del Boys era capaz de dejar fuera de combate a enemigos resguardados tras las rocas del pedregoso desierto libio, ya que bastaba un impacto contra uno de esos pedruscos para que las esquirlas que saltaban en todas direcciones produjeran heridas que, aunque no eran graves, bastaban para dejar fuera de combate a cualquiera o incluso podrían cegarlo si saltaban contra los ojos. En la foto superior vemos a un british a punto de entrar en combustión espontánea y colorado como una bogavante recién cocido apuntando su Boys. Si por ejemplo una bala disparada por ese chisme impactaba en las piedras que se ven a la izquierda caería sobre el calcinado british una lluvia de esquirlas bastante peligrosa. 

Posteriormente a la puesta en servicio del Mk I los canadienses decidieron llevar a cabo su propia producción que fue encomendada a la firma John Inglis & Co. de Toronto. La fabricación de estas armas fue financiada gracias a la Ley de Préstamo y Arriendo con la que los yankees facilitaron cantidades ingentes de armas y dinero incluyendo a los soviéticos antes de que el padrecito Iósif se convirtiera en un comunista ingrato para Occidente y empezara la Guerra Fría. El arma resultante fue el Boys Mk I* (sí, con esa estrellita o asterisco) que podemos ver en la foto inferior.



Las diferencias con el Mk I eran mínimas. Aparte de la sustitución del alza regulable por una fija que mencionamos anteriormente, la más significativa fue el cambio del freno de boca, adoptando uno de cinco cámaras de expansión a cada lado que, además de ser más eficaz, reducía notablemente la polvareda causada por el rebufo del disparo ya que los gases salían proyectados hacia los lados y no hacia abajo. Este modelo era llamado familiarmente como "freno de armónica" por su supuesta semejanza con ese instrumento. Por otro lado, el soporte regulable fue cambiado por un bípode de altura fija y se le añadió un asa de transporte. Finalmente, el acabado en pavón se sustituyó por un fosfatado que, aparte de ser un proceso más económico, protegía mejor el metal de las inclemencias del tiempo y no despedía ningún tipo de reflejo por ser un acabado mate. La producción del Mk I* comenzó en abril de 1942 y concluyó en diciembre del siguiente año tras producirse 45.234 fusiles y 4.200.000 cartuchos. Aparte de servir en las tropas de la Commonwealth se enviaron 6.129 unidades a China y 700 a los yankees quienes, por cierto, junto a sus aliados les sacaron bastante jugo contra los endebles carros japoneses en la guerra del Pacífico. 


Dos sufridos british cargando con su Boys. Obsérvese la funda de lona que protege el freno de boca y que podemos
ver con más claridad en el detalle de la derecha


Boys Mk  II
Para concluir con las distintas versiones de esta arma mencionar el Mk II, un modelo concebido para las tropas aerotransportadas que montaba un cañón más corto de 76 cm. y cuyo uso se limitó al parecer al frente de África. Sin embargo, no obtuvo los resultados adecuados ya que el acortamiento del cañón redujo de forma significativa la Vo del proyectil y, por ende, su eficacia. Además, se le eliminó el freno de boca, por lo que la patada que daría al personal sería antológica. En fin, que salió un churro y lo sustituyeron por el PIAT sin más historias.

Para concluir, vemos algunos detallitos acerca del funcionamiento de este fusil, que siempre conviene tener datos pormenorizados por si algún cuñado ha visto recientemente algún documental al respecto y se resiste a ser humillado. Veamos las fotos inferiores...



Foto A. Si se han fijado en las distintas imágenes que hemos presentado del Boys, en la parte trasera del cerrojo se aprecia una anilla. Su finalidad no era otra que, en caso de que el disparo fallase (a veces pasa porque el pistón no está bien asentado en su alojamiento), volver a intentarlo amartillando de nuevo el cerrojo sin necesidad de abrirlo, expulsar el cartucho fallido y volver a introducirlo en la recámara. Caso de que el fallo se repitiese y diésemos el cartucho por inservible bastaría accionar el cerrojo y mandarlo a hacer puñetas.

Foto B. La flecha marca el pulsador que nos permite extraer el cerrojo, que vemos en primer plano. Como salta a la vista, se trata de una sólida pieza provista de seis tetones para garantizar un cierre extremadamente robusto teniendo en cuenta el enorme cartucho que dispararía. 

Foto C. Muestra como se regula el soporte delantero. Solo había que girar el cilindro para que se elevase o bajase. Para transportar el arma bastaba con plegarlo hacia adelante, donde quedaba bloqueado con un resorte.

Foto D. Muestra la aceitera que iba en la culata del arma. Una vez desenroscado el tapón se extraía el mismo con una pequeña brocha que facilitaba la limpieza y el engrase del fusil.

Foto E. Palanca de seguro. La posición que muestra la foto es la de fuego, pudiéndose leer la palabra fire en la solapa de la palanca. Para poner el seguro se giraba 180º en sentido horario, o sea, hacia atrás. En ese caso se leía la palabra safe. El seguro bloqueaba tanto el gatillo como el cerrojo, o sea, que con el seguro puesto no se podía abrir.

Foto F. Muestra como se extraía el cargador. Con la palma de la mano se apretaba la palanca que señalamos con la flecha. Un resorte lo empujaba hacia arriba dejándolo prácticamente fuera, y bastando solo terminar de sacarlo con la mano.

En cuanto al proceso de carga, tenía menos enjundia que el manual de buenas prácticas de un político. En la secuencia inferior podemos verlo.




Para introducir los cartuchos había que ayudarse presionando con el pulgar, primero en la teja elevadora y luego en los cartuchos ya introducidos, para vencer la potencia del muelle elevador. Si observamos la parte trasera del cargador veremos la pestaña con la que quedaba bloqueado en la tolva de alimentación del fusil. La munición se suministraba en cajas de madera con 160 cartuchos divididos en 32 bolsas de tela que se colgaban en bandolera. Los canadienses, más pijos ellos, disponían de las cajas metálicas tan chulas que vemos a la derecha, con capacidad para 8 cargadores, o sea, 40 cartuchos en total. Además de la munición, cada arma estaba provista de una baqueta plegable, una llave inglesa para desmontar el freno de boca, la funda para el mismo que vimos anteriormente y un guardapolvo que cubría tanto los mecanismos como el cargador. En la foto inferior podemos ver dichos accesorios, así como las pequeñas bandoleras de tela para los cargadores y un escobillón con una grata de cerdas para limpiar el cajón de mecanismos. En fin, venía muy completito.




Comentar por último, que ya no tengo ganas de teclear más aunque el tema se podría estirar un poco, que los primeros en usar este chisme no fueron los british, sino los finlandeses durante la guerra de invierno con los rusos a finales de 1939. Los british, que veían con recelo al padrecito Iósif, regalaron a los nórdicos estos 200 unidades con la condición de que una treintena de ellos debían ser entregados a los voluntarios suecos que se unieron a la lucha contra los malvados comunistas. En este caso sí sacaron muy buen partido a los Boys, que dieron estopa bonitamente a los T-26 y BT-7 que desplegaron los soviéticos. En la foto de la derecha podemos ver un par de probos fineses con sus esquíes y los Boys a la espalda suspendidos mediante un arnés. Por cierto que acabarían molidos con semejante trasto a cuestas todo el santo día. Posteriormente a la guerra y tras convertirse en aliados del ciudadano Adolf, a finales de 1940 adquirieron a los tedescos otras 200 unidades más procedentes de las capturadas a los british. Estos fusiles estuvieron en servicio hasta 1943 y, al parecer, se conservaron un total de 300 de ellos que fueron vendidos a coleccionistas y tiradores allá por los años 50.


A la derecha podemos ver un anuncio de una empresa de California dedicada a los surplus del ejército en el que ofrecen fusiles Boys por la risible cifra, hoy día, de 98 dólares con 50  centavos, mientras que los que están flamantes para coleccionistas los venden por 125 pavos. El kit de mantenimiento más cinco cargadores extra salían por 9,50 dólares, y por el mismo precio te vendían una caja de 10 cartuchos que, ciertamente, eran muy caros en comparación con lo demás. En fin, todo lo detallado es lo más relevante sobre este peculiar fusil anticarro. Añadir solo que entre la Enfield y la BSA fabricaron un total de 68.847 unidades, a las que habría que añadir las manufacturadas en Canadá por la John Inglis, lo que hace un total de 114.081 unidades. Curiosamente, solo los soviéticos les superaron en la fabricación de este tipo de armas, de lo que podemos deducir que los british tenían depositadas en ellas bastante confianza si bien esta se desvaneció en cuanto tuvieron ante sus narices algo más poderoso que un Panzer II. Con todo, el ejército británico fue el que tuvo una dotación mayor por unidad de este tipo de armas de todos los que participaron en la guerra, siendo asignados 444 unidades por división desde 1941 hasta su retirada del servicio en 1943. Por cierto que los rusos recibieron 3.600 fusiles y 1.760.000 cartuchos cuando los fineses dejaron de ser coleguitas para aliarse con el ciudadano Adolf, por lo que queda claro que las fidelidades y las alianzas se van al carajo en un periquete cuando hay tiros de por medio.

Bueno, ya'tá.

Hale, he dicho

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